Memorias de Idhún I. La Resistencia (Libro online)

Publicado en por memoriasdeidhun-yandrack

Capitulo 1. Jack     Segunda parte

—Bienvenido a nuestro centro de operaciones —dijo la voz de Shail junto a él.

Jack dio un respingo y se volvió. Vio al joven apoyado en el quicio de la puerta. Sonreía 

amistosamente. Se dio cuenta de que llevaba una camisa blanca por fuera de los vaqueros, 

parecía un muchacho normal. Y sin embargo seguía habiendo en él algo que lo hacía diferente. 

Jack buscó a Alsan con la mirada, pero descubrió que se había marchado.

—Te has mareado  —continuó Shail—. Estás muy débil, necesitas comer algo. ¿No 

tienes hambre?

Jack negó con la cabeza.

—Tengo el estómago revuelto.

—No me extraña —asintió Shail, muy serio—. Has pasado por una experiencia muy 

dura.

Jack reprimió un gesto de dolor. Miró a Shail con dureza.

—Necesito saber —exigió.

El joven le dirigió una mirada pensativa.

—Bueno —dijo finalmente—. Intentaré explicarte algunas cosas —se sentó junto a él—

.Supongo que querrás saber quiénes entraron la otra noche en tu casa, y por qué .

Jack asintió.

—En fin, es largo de explicar. Digamos que esos tipos van buscando… a gente muy 

especial. Gente que se les ha escapado de un… lugar. Del lugar de donde ellos vienen.

Miraba a Jack con fijeza, esperando una reacción en él, pero esta no se produjo. 

—No… no lo entiendo —musitó el chico, confuso.

Shail frunció el ceño.

—¿De verdad… no sabes nada? ¿No tienes idea de dónde venían tus padres?

—Mi padre era inglés, y mi madre danesa. ¿Te refieres a eso?

Shail se acarició la barbilla, pensativo.

—Qué raro…—murmuró—. No hablas el idhunaico ni sospechas por qué os han 

atacado. No puede ser que tus padres no te contasen nada. Y, sin embargo… Por otro lado, 

ellos… No, no es posible, ellos no cometen errores…

Jack perdió la paciencia.

—Por favor, cuéntamelo de una vez. Necesito saber qué ha pasado, ¿no lo entiendes? 

—Está bien, está bien. ¿Recuerdas a ese chico de negro?

Jack se estremeció involuntariamente. ―Te estaba buscando‖, susurró de nuevo aquella 

voz en un rincón de su memoria.

—Veo que sí —comentó Shail—. Bien, pues él… se llama Kirtash, y es un asesino. Un 

asesino muy especial, es frío, despiadado y muy… poderoso.

—¿Poderoso en qué sentido? —preguntó Jack, sintiendo un nuevo escalofrío.

—No te lo puedo explicar, pero estoy seguro de que tú ya lo notaste. El otro, el mag… 

quiero decir, el de la túnica —rectificó—, se llama Elrion y hace poco que va con él. De todas 

formas es raro, porque Kirtash siempre actúa solo. Aunque creo que fue Elrion quien… 

Calló un momento.

—¿…quien atacó a mis padres?  —completó Jack en voz baja; sintió un nudo en la 

garganta y tragó saliva, tratando de evitar que las lágrimas aflorasen de nuevo a sus ojos.

Shail asintió, pesaroso.

—¿Pero quién querría…? —a Jack se le quebró la voz; hizo lo posible por acabar la 

pregunta y no lo logró; solo consiguió articular—: ¿Y por qué?

Shail suspiró.

—El lugar de donde venimos, Jack, está gobernado por unos… llamémoslos… 

individuos… a quienes no les gusta que se rebelen contra ellos. Por eso han enviado a Kirtash. 

Se dedica a ir por el mundo buscando gente… como nosotros. Gente… exiliada. Gente que ha 

escapado hasta aquí. Los busca, los encuentra… y los mata. 

Jack respiró hondo. Se imaginó al punto un país ahogado por unos dictadores que 

gobernaban con mano de hierro.

—Pero mis padres... no pertenecían a ese lugar —objetó—. Me lo habrían dicho.

—Puede que sí, o puede que no, Jack. Tal vez tengas razón y Kirtash y los suyos se 

hayan equivocado con vosotros. Pero me parecería muy extraño, porque ellos nunca cometen 

errores de ese tipo.

Jack no dijo nada. Le costaba asimilar tanta información.

—Nosotros somos… rebeldes  —prosiguió Shail—. O renegados, como nos llaman 

ellos. Alsan y yo vinimos aquí para cumplir una misión, y nos tropezamos con Kirtash. Hemos 

intentado impedir que siga asesinando a nuestra gente, pero siempre se nos adelanta y…  —

ahora fue Shail quien se estremeció— no podemos luchar contra él. No tenemos los medios 

suficientes.

—¿Qué…? No lo entiendo. Solo es un chico, y no será mucho mayor que yo. Bueno, tal 

vez uno o dos años mayor que yo, pero… sigue siendo un chico, y si está solo…

Shail le dirigió una mirada inescrutable. 

—Kirtash no es lo que parece. Por lo que sabemos, tiene solo quince años, pero ha 

asesinado a incontables personas desde que está aquí. 

—Pero eso… no puede ser, es… absurdo.

—Será o no absurdo, pero es la verdad. Créeme si te digo que nadie que se haya 

enfrentado a él ha salido con vida. Nadie.

A Jack le pareció que Shail temblaba, y no lo consideró una buena señal. Recordó de 

pronto una cosa.

—Pero nosotros escapamos. Kirtash tenía esa espada, iba a… —frunció el ceño—. Y yo 

me desvanecí, y de pronto estaba aquí…

Shail parecía incómodo.

—Escapamos —dijo ambiguamente—, sin enfrentarnos a él. Alsan no habría podido 

aguantar mucho tiempo, así que… tuvimos que huir.

—¿Cómo?

—Nos habría matado  —prosiguió Shail, eludiendo la pregunta—. Ha sido entrenado 

para ser el mejor y el más despiadado asesino que jamás se haya visto. Es rápido, venenoso y 

mortal como un escorpión. Y muy discreto. Nunca deja huellas ni rastros de su paso. Es como la 

sombra de la muerte. Como el ángel exterminador de la Biblia. 

Jack respiró hondo. La cabeza le daba vueltas otra vez.

—Debo volver a casa —pudo decir.

—No, no debes. Si vuelves, Kirtash te encontrará y te matará. No le gusta dejar las 

cosas a medias. Aquí estarás seguro.

Jack levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.

—¿Seguro?  —repitió—. Pero si ni siquiera sé dónde estoy. Este es un sitio muy 

extraño…

Shail esbozó una media sonrisa.

—Este lugar es Limbhad. Fue construido por nuestros antepasados, hace mucho, mucho 

tiempo. Kirtash y los suyos no lo conocen. Es un refugio secreto.

—¿Y cómo sabes que no os encontrarán?

Shail se levantó con gesto serio.

—Tenemos nuestros medios. No estamos tan indefensos como parece. Es solo que… —

dudó antes de decir, en voz baja—: Es solo que Kirtash nos supera a todos. Me gustaría saber 

quién es él realmente —añadió como para sí mismo.

Jack se recostó contra el respaldo de su asiento, un cómodo sillón, y cerró los ojos.

—Estás muy pálido —dijo Shail—. Debes tratar de recuperar fuerzas…

Pero Jack negó con la cabeza.

—Se supone que mis padres han muerto porque habían huido de un lugar —dijo con 

lentitud—. ¿Qué lugar es ese?

Shail no respondió. Se quedó mirándolo, dudoso.

—¿Qué lugar es ese? —insistió Jack.

—Se llama Idhún —dijo Shail por fin, en voz baja.

Jack parpadeó, perplejo.

—Nunca lo he oído nombrar.

Shail no dijo nada. Se levantó y salió de la habitación en silencio. Jack quiso detenerle,pero reaccionó tarde, y cuando intentó incorporarse,  las piernas le fallaron. Tambaleándose, 

logró asomarse al pasillo otra vez. Pero Shail ya se había ido.

Jack se quedó allí parado, un momento. Entonces, lentamente, se dejó resbalar hasta el 

suelo y se quedó sentado allí, con la espalda apoyada en la pared. Rodeó las rodillas con los 

brazos, hundió la cabeza en ellos, encogiéndose sobre sí mismo, y se puso a llorar de nuevo, en 

silencio. 

Estaba cansado, muy cansado. El miedo y la tensión parecían haberse esfumado, 

dejando paso a la tristeza y el abatimiento. No sabía si Shail había dicho la verdad ni si 

realmente estaba a salvo en aquel lugar, pero sí era cierto que resultaba difícil no calmarse con 

aquella apacible noche silenciosa y estrellada que se veía desde la ventana. Un remanso de paz y 

tranquilidad. Jack cerró los ojos, deseando descansar, pero su corazón seguía sangrando. En 

apenas unas horas todo su mundo se había vuelto del revés. Sus padres habían muerto y él no 

sabía por qué. Estaba atrapado en un lugar desconocido y tampoco sabía por qué. Y  había algo 

muy extraño en todas aquellas personas: los dos individuos que habían irrumpido en su casa… 

los mismos Alsan y Shail…

Evocó sin quererlo el momento en que su vida se había hecho añicos. El hombre de la 

túnica, ese tal Elrion, había matado a sus padres, o tal vez lo había hecho el otro, a quien Shail 

había llamado Kirtash, el muchacho de… los ojos azules.

Jack se estremeció involuntariamente.… 

Frío.

Volvió la cabeza con brusquedad. Nunca más vería a sus padres con vida, y esa idea 

resultaba horrible y angustiosa. Se había quedado huérfano. De golpe. 

Costaba mucho asimilarlo.

Por un momento creyó que no lo conseguiría, deseó dejarse llevar por la pena, cerrar los 

ojos y dormir, y dormir para siempre, y no despertar nunca más, para no tener que enfrentarse al 

miedo y al dolor. Se dejó llevar por la marea de sus sentimientos, y estos estuvieron a punto de 

ahogarlo. Pero poco a poco, lentamente, fue saliendo a flote.

No habría sabido decir cuánto tiempo había permanecido allí, acurrucado junto a la 

pared, pero en un momento dado alzó la cabeza y se dio cuenta de que seguía en aquel extraño 

lugar que Shail había llamado ―Limbhad‖, solo, en aquella habitación. Respiró hondo e intentó 

pensar con un poco más de claridad. Decidió entonces levantarse y salir de aquella casa, a pesar 

de lo que le había dicho Shail. Buscaría un teléfono y llamaría a la policía, y entonces trataría de 

localizar a sus tíos, que vivían en Silkeborg. Seguramente estarían preocupados por él.

Se levantó, tambaleándose, y avanzó por el corredor en busca de la salida. 

Un poco más allá encontró una puerta entreabierta, de la cual salía un alegre resplandor. 

Jack se asomó con precaución.

Había llegado a la cocina, una cocina tan extraña y original como todo lo que había en 

Limbhad. Al fondo de la sala ardía un fuego cálido y acogedor, y los cacharros, de formas 

diversas, estaban colocados en una serie de alacenas de cantos redondeados.  Pero a la derecha 

había un frigorífico, un horno eléctrico y una placa de vitrocerámica. Jack no terminaba de 

habituarse a aquella mezcla de cosas exóticas y electrodomésticos tan absolutamente corrientes. 

Era un contraste que chirriaba un poco.

Estaba a  punto de marcharse cuando tropezó con algo y oyó un maullido indignado. 

Una gata de color canela se apartó de su camino y lo miró con altanería antes de subirse a una 

silla con un elegante salto y acomodarse allí, desde donde le disparó una última mirada 

ofendida.

—Lo siento —murmuró Jack. 

Oyó un ruido y se volvió, y vio entonces que, sobre un banco adosado a la pared, había 

una chica sentada con las piernas cruzadas y un tazón de leche entre las manos. Jack no había 

reparado antes en ella; tendría unos doce años, el cabello castaño largo y unos ojos oscuros que 

parecían demasiado grandes para su cara menuda, morena y de nariz pequeña y respingona. 

Pero aquellos ojos estaban fijos en él, y Jack respiró hondo. Adiós a su intento de pasar 

inadvertido. Bueno, de todas formas, aquella chica no parecía peligrosa. 

Ella lo miraba con cautela, y Jack levantó las manos como disculpándose. 

—Hola —dijo. 

La chica no lo entendió. Jack probó a saludar en inglés, y en el rostro de ella se dibujó 

una sonrisa.

—Hola —respondió.

—Me llamo Jack —dijo él.

—Yo me llamo Victoria.

El inglés de ella no era malo, pero no resultaba tan fluido como el de Jack. Él se percató 

enseguida de que no lograría sacarle mucha información. 

—¿Eres amiga de Alsan y Shail? —Ella asintió—. ¿Vienes de Idhún, entonces?

Victoria se lo pensó un poco antes de contestar. La gata saltó sobre la mesa, 

sobresaltando a Jack, y lo miró con cara de pocos amigos. Él alargó la mano y acarició su 

sedoso pelaje. La gata agachó las orejas y, momentos después, ya ronroneaba panza arriba. El 

muchacho sonrió.

—No lo sé —dijo finalmente la chica, con precaución.

Jack estaba empezando a sentirse frustrado. Shail sabía más cosas, pero no se las quería 

contar. Alsan probablemente también, pero solo hablaba su  extraño idioma (¿idhunaico, había 

dicho Shail?); y Victoria parecía algo más comunicativa, pero no dominaba el inglés tanto como 

para expresarse con total claridad.

—No entiendo —dijo el chico—. No entiendo nada. Quiero respuestas.

Victoria le miró y abrió la boca para decir algo, pero calló. Parecía que no encontraba 

las palabras. Jack se sentó en un taburete, mohíno, y enterró la cara entre las manos.

Dio un respingo cuando sintió a Victoria junto a él. Ella se había levantado y estaba de 

pie, a su lado, sosteniendo algo. Jack lo miró. Se trataba de una cadena de la que colgaba un 

amuleto de plata que tenía forma de hexágono, con un extraño símbolo grabado en su interior. 

La chica le hacía gestos indicándole que se pusiera la cadena en torno al cuello,  y  Jack 

obedeció. Sintió de pronto una especie de sacudida, como un cosquilleo que lo recorría por 

dentro.

—¿Y ahora?  —dijo ella de repente, para sorpresa del muchacho—. ¿Me entiendes 

ahora?

Jack parpadeó, perplejo, convencido de que no había oído bien.  Victoria no le había 

hablado en inglés, ni tampoco en danés, pero él la había comprendido a la perfección. Si no 

hubiese sido porque parecía imposible, Jack habría jurado que le estaba hablando en el extraño 

idioma de Alsan y Shail. 

—Pe… pero no comprendo… —tartamudeó Jack; no pudo decir nada más; también él 

acababa de hablar en una lengua que no era la suya.

Victoria sonrió.

—Es un amuleto de comunicación  —explicó—. Si lo llevas puesto, puedes hablar y 

entender nuestra lengua. No te preocupes, puedes  quedarte con él. Creo que yo ya controlo 

bastante bien el idhunaico, y si no, seguro que Shail me preparará otro.

Perplejo, Jack cogió el colgante que Victoria le acababa de entregar. Hubo un chispazo 

de luz y el chico lo soltó con una exclamación.

—¡Ay! ¡Me ha dado un calambre!

De pronto, Victoria lo miraba de nuevo con aquella expresión cautelosa.

—Ha reaccionado contra ti —dijo a media voz—. ¿Es que no crees en la magia?

—¿La qué?

—¡Victoria! 

Los dos se volvieron hacia la puerta. Allí estaba Shail, mirándolos con aire alarmado.

—¿Qué le has dicho?

—¿Qué no le has dicho tú, Shail? ¿No dijiste que ibas a hablar con él?

Shail puso cara de circunstancias.

—Es que… verás, él no es exactamente como nosotros.

Victoria miró a Jack, sorprendida.

—¿Entonces, por qué lo habéis traído?

—Porque Kirtash lo atacó.

—Pero si Kirtash lo atacó, es que es uno de nosotros. 

Jack abrió la boca para intervenir, pero una voz autoritaria irrumpió en la conversación:

—¿Qué pasa? ¿Por qué gritáis?

En la puerta estaba Alsan; parecía que había estado haciendo ejercicio, porque estaba 

desnudo de cintura para arriba, cubierto de sudor y con una toalla colgándole del hombro. Se 

había cruzado de brazos y los miraba, ceñudo. 

—¿Pero, qué…? —soltó Jack, perplejo, mirando al recién llegado—. ¡Shail me ha dicho 

que no sabías hablar mi idioma!

—Jack, él no está hablando tu idioma —trató de explicarle Shail, pacientemente—. Tú 

estás hablando el nuestro.

Victoria suspiró, exasperada. Alsan se volvió hacia Shail y lo miró, exigiéndole una 

explicación. Shail se encogió de hombros.

—Lo siento —intervino Victoria—, ha sido culpa mía. Le he prestado el amuleto de 

comunicación para entenderme con él, pero no sabía que no le habíais explicado nada…

—Le he explicado algunas cosas —se defendió Shail—, pero compréndeme, él jamás 

había oído hablar de Idhún… me habría tomado por loco.

—¿Pero es idhunita, o no? —preguntó Alsan, frunciendo aún más el entrecejo.

—¡No lo sé! Es demasiado mayor para ser hijo de idhunitas exiliados. Pero dice que ha 

nacido en la Tierra. Y no me cabe en la cabeza que Kirtash se haya equivocado con él. Todo 

esto me desconcierta…

—¡¡Bueno, basta ya!! —estalló Jack, cortando la discusión que se había iniciado entre 

los dos—. ¡Estáis todos chiflados! Me vuelvo a casa ahora mismo.

Se separó bruscamente de Victoria y se dirigió a la puerta de la cocina, pero Alsan no se 

apartó. Tenía los brazos cruzados, y sus músculos resaltaban bajo el brillo del sudor. 

—Déjame pasar —dijo Jack, temblando  de rabia.

Alsan no se inmutó. Se limitó a mirarle, pensativo.

—Déjame pasar —insistió Jack —. Quiero irme de aquí.

Pareció que Alsan cambiaba de idea, porque se apartó para dejarle paso. Jack se alejó 

pasillo abajo, pero aún escuchó el reproche de Victoria: 

—Tendréis que explicárselo, ¿no? No podéis seguir ocultándoselo siempre.

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