Memorias de Idhún I. La Resistencia (Libro online)
Capitulo 1. Jack Primera parte
Era ya de noche, una noche de finales de mayo, y un chico de trece años subía en bicicleta por
una carretera comarcal bordeada de altas coníferas, de regreso a su casa, una granja junto a un
pequeño bosque.
Se llamaba Jack. Hacía ya un par de años que vivía con sus padres en aquella granja a
las afueras de Silkeborg, una pequeña ciudad danesa, y todas las tardes, al salir de clase, si el
tiempo lo permitía, efectuaba aquel trayecto en bicicleta. Le gustaba hacer ejercicio y, además,
el recorrido junto al bosque lo relajaba y apartaba de su mente todas las preocupaciones.
Pero, por alguna razón, aquella vez era diferente.
Llevaba todo el día teniendo una extraña intuición con respecto a su casa y sus padres.
No habría sabido decir de qué se trataba, pero tampoco había podido evitar llamar a su madre a
mediodía, para asegurarse de que los dos estaban bien, y lo había encontrado todo en orden. Sin
embargo, apenas un rato antes, al salir del colegio, había sentido que aquel molesto
presentimiento que lo había acosado durante todo el día regresaba con más fuerza. Sin ningún
motivo aparente, intuía que su familia estaba en peligro. Y sabía que era absurdo, sabía que no
tenía una explicación racional para aquella sensación, pero no podía evitarlo. Tenía que llegar a
casa cuanto antes y comprobar que todo marchaba bien.
Cuando llegó a la granja por fin, el corazón estaba a punto de estallarle del esfuerzo.
Dejó la bicicleta tirada junto al cobertizo, sin preocuparse por guardarla, y corrió hacia la
entrada.
Se detuvo de pronto, con el corazón latiéndole con fuerza.
Joker, su perro, no había acudido a recibirle, como todos los días. Tampoco se oían sus
ladridos desde la parte posterior de la granja. ―Habrá ido al bosque‖, se dijo Jack, intentando
calmarse.
No pudo evitarlo, sin embargo. Echó a correr de nuevo hacia la puerta de la casa. La
halló entreabierta y entró.
Algo le detuvo.
En apariencia, todo parecía normal. La luz del salón estaba encendida, se oía el
murmullo apagado del televisor.
Pero se respiraba un ambiente extraño.
Temblando, entró en el salón. Su padre estaba sentado en el sofá, frente al televisor, de
espaldas a él. Podía ver su cabeza descansando sobre el respaldo.
—Papá…
No hubo respuesta. En la televisión ponían un estúpido programa de imitadores de
cantantes famosos, y Jack se aferró desesperadamente a la idea de que era lógico que su padre se
hubiese quedado dormido.
Rodeó el sofá y, tras un breve instante de vacilación, miró a su padre a la cara.
Estaba inmóvil, pálido, con los ojos abiertos de par en par, desenfocados, mirando a
ninguna parte. No había ninguna señal de sangre o violencia en su cuerpo.
Pero Jack supo que estaba muerto.
Algo golpeó su conciencia con la fuerza de una pesada maza. Por un momento el tiempo
pareció detenerse, y su corazón, con él; pero de inmediato el mundo a su alrededor se tambaleó
y empezó a girar a una velocidad abrumadora. Se abalanzó hacia su padre y lo sacudió varias
veces, tratando de hacerlo reaccionar. En el fondo sabía que era inútil, pero, simplemente, no
quería creerlo.
—¡Papá! Papá, por favor, papá, despierta…
Su voz se quebró con un sollozo aterrorizado. De pronto pensó que tal vez no era
demasiado tarde, que tenía que llamar a una ambulancia, y quizá… corrió hacia el teléfono y
descolgó el auricular.
Pero no había línea. Jack colgó el teléfono con violencia, rabia y desesperación; se secó
las lágrimas con la manga del jersey, dio media vuelta y se precipitó escaleras arriba.
—¡Mamá! —gritó—. ¡Mamá, baja corriendo, trae el móvil!
Tropezó en un escalón y cayó, golpeándose las rodillas, pero eso no lo detuvo. Se
levantó de nuevo y siguió corriendo:
—¡¡Mamá…!!
Enmudeció de pronto, porque había alguien al fondo del corredor. Alguien que no era su
madre. Frenó en seco, desconcertado. Los dos se miraron un momento.
Se trataba de un hombre de ojos de color avellana y rasgos delicados, pero expresión
dura y ligeramente burlona. Vestía algo parecido a una túnica que le llegaba por los pies, y tenía
el cabello oscuro y encrespado.
—¿Quién… quién es usted? —murmuró Jack, confuso y todavía con los ojos llenos de
lágrimas.
Algo atrajo su atención, sin embargo. Sobre el parquet, a los pies del individuo de la
túnica, había un bulto inerte. Jack lo reconoció, y sintió que las piernas le temblaban; tuvo que
apoyarse en la pared para no caerse.
Era su madre, que yacía en el suelo, pálida, con la cabeza vuelta hacia él y los ojos
abiertos.
Jack sintió que la sangre se le congelaba en las venas. Aquello no podía estar
sucediendo…
Pero no había duda. La mirada de su madre era vacía, inexpresiva.
Sus ojos estaban muertos.
—¡¡¡Mamááá!!! —gritó el chico, fuera de sí.
Echó a correr hacia ella, sin importarle para nada la presencia del hombre de pelo
negro…
Todo sucedió muy deprisa. El desconocido gritó unas palabras en un idioma que Jack
no conocía (pero que, de pronto, le sonó extrañamente familiar) y algo golpeó al chico en el
pecho, dejándolo sin aliento, y lo lanzó hacia atrás.
Jack chocó contra la pared y sacudió la cabeza, aturdido y respirando con dificultad. No
tenía ni idea de qué era lo que lo había empujado con tanta violencia; el individuo de la túnica
estaba aún lejos de su alcance cuando aquel lo-que-fuera lo había lanzado contra la pared.
Pero no se detuvo a pensar en ello. El golpe lo devolvió a la realidad.
Se dio cuenta de que, muy probablemente, aquel estrafalario individuo era el
responsable de la muerte de sus padres; y una parte de sí mismo, que estaba oculta y dormida y
solo despertaba en ocasiones puntuales, y que, sin embargo, Jack conocía muy bien, aullaba de
dolor, ira y sed de venganza.
Por otro lado, sabía que lo más prudente era dar media vuelta y echar a correr, escapar,
avisar a la policía….
Por suerte para él, logró dominar su ira y dejar paso a la sensatez. Se puso en pie de un
salto, reaccionando más deprisa de lo que su oponente había previsto. Echó a correr en dirección
a las escaleras y lo oyó gritar a su espalda, pero no se detuvo. Bajó a todo correr; en su
precipitación, tropezó de nuevo y cayó rodando hasta el salón.
Pero, cuando estaba a punto de levantarse, sintió una presencia gélida tras él, y se
estremeció, sin poderlo evitar. Se volvió lentamente…
Ante él se hallaba un chico algo mayor que él, vestido de negro. Era delgado y fibroso,
de facciones suaves y cabello castaño claro, muy fino y liso, que le caía a ambos lados del
rostro. Sus ojos azules se clavaron en él, inquisitivos.
Era la primera vez que se encontraban, de eso Jack estaba seguro, pero, por alguna
razón, no pudo evitar sentir una súbita repulsa hacia él, como si el mero hecho de estar cerca de
aquel desconocido le produjese escalofríos.
Reprimió un estremecimiento y lo miró a los ojos.
Y de pronto sintió algo extraño, una sacudida, como si algo se hubiese introducido en su
interior y estuviese explorando sus más secretos pensamientos y sus más íntimos sentimientos.
Y otra cosa.
Frío.
Jack se quedó paralizado, hechizado por la mirada del joven de negro.
―Te estaba buscando‖, se oyó una voz en su mente.
Y, en aquel mismo instante, Jack supo, de alguna manera, que iba a morir, como lo sabe
la mosca que queda atrapada en la telaraña, como lo sabe un ratón que se topa con la mirada de
una serpiente.
Pero entonces algo tiró de él y lo arrojó a un lado con violencia, apartándolo del
muchacho de negro. Jack cayó al suelo, sobre la alfombra, sacudió la cabeza y se giró para ver
qué estaba pasando y quién lo había alejado de la mirada de la muerte.
Su salvador era un joven de unos veinte años, alto y musculoso, de cabello castaño corto
y expresión grave y severa, que había aparecido de la nada, interponiéndose entre Jack y el otro
muchacho. Había algo en él que imponía respeto, a pesar de las extrañas ropas que vestía. El
chico de negro lo miró impasible, pero adoptó una postura de serena cautela. Y entonces, ante la
atónita mirada de Jack, el recién llegado sacó una espada del cinto y le plantó cara a su
oponente. El de negro pareció aceptar el desafío, porque extrajo su propia espada de una vaina
que llevaba sujeta a la espalda y paró el golpe de su contrincante con una rapidez y una agilidad
casi sobrehumanas. Jack, paralizado de terror, se quedó mirando cómo aquellos dos
desconocidos iniciaban un duelo de espadas en el salón de su propia casa. Volcaron la mesa del
comedor, desgarraron las cortinas, destrozaron el televisor con una estocada que no dio en el
blanco. Jack asistía impotente a aquel estropicio, pero no se atrevía a moverse. El joven recién
llegado se movía con seguridad y serenidad, y los golpes que descargaba eran más fuertes; pero
el muchacho de negro era mucho más rápido, ágil, silencioso y letal. Jack se dio cuenta de que,
cada vez que las dos espadas se encontraban, una especie de destello sobrenatural brotaba de sus
filos.
Aquello no era real, era una pesadilla, no podía estar pasando. Quiso gritar, pero
entonces alguien tiró de él y le tapó la boca.
Jack sintió que se mareaba. Su primer impulso fue tratar de deshacerse del abrazo, pero
no lo logró. Se volvió y vio que su captor era un chico delgado de unos dieciocho o diecinueve
años, de cabello negro, grandes ojos oscuros, facciones agradables y gesto serio. Jack quiso
librarse de él, pero el joven era más fuerte. Lo miró a la cara y le dijo que no con la cabeza, y
Jack entendió que era un amigo y estaba allí para ayudarlo. Lo agarró por los brazos con
desesperación.
—Por favor —sollozó—, por favor, ayudadme… mis padres…
Pero el joven sacudió la cabeza, y le dijo algo en otro idioma, y Jack comprendió que
hablaban lenguas distintas. Se volvió para señalar el sofá donde yacía el cuerpo de su padre,
pero al final giró la cabeza con brusquedad porque no se atrevía a mirar.
Mientras tanto, los otros dos seguían con su particular duelo de esgrima, y el individuo
de la túnica, el asesino de los padres de Jack, se había asomado a lo alto de la escalera. El
muchacho que sujetaba a Jack se dio cuenta de ello. Gritó algo y su compañero asintió y
retrocedió hasta él. El chico de negro corrió tras él y descargó la espada sobre ellos, justo
cuando su oponente agarraba del brazo a su amigo.
Jack sintió unos dedos clavándose dolorosamente en su antebrazo y lo último que vio
antes de que todo empezase a dar vueltas fueron unos gélidos ojos azules…
Jack lanzó un grito y abrió los ojos, sobresaltado. Se incorporó sobre la cama, respirando
entrecortadamente y sintiendo en el pecho los alocados latidos de su corazón.
―Solo ha sido un maldito sueño‖, pensó irritado.
Pero todavía temblaba. Detestaba las serpientes, y había soñado con una de ellas,
enorme, terrorífica, que se alzaba bajo un extraño cielo del color de la sangre. Un cielo con seis
astros que emitían un brillo cegador.
Intentó serenarse. Estaba temblando, y sentía una extraña angustia que atenazaba su
corazón como una garra de hielo. Respiró hondo. ―Solo ha sido una pesadilla‖, se dijo. Pero no
era la primera vez que soñaba con aquella escena, y se preguntó, una vez más, si la habría visto
en alguna película de ciencia-ficción. Si era así, no lo recordaba.
Por otro lado, antes de soñar con la serpiente gigante había tenido un sueño mucho más
aterrador; se acordaba solo vagamente, pero sabía que tenía que ver con sus padres, y que no era algo que quisiera recordar.
Se pasó una mano por su pelo rubio, revolviéndolo, y echó un vistazo a su derecha,
buscando con la mirada los números fosforescentes de su despertador digital.
Se quedó helado.
No estaba en su habitación. Se hallaba en una cama extraña, en un cuarto extraño, en un
lugar extraño. La forma de la habitación tampoco era corriente: no había esquinas en las
paredes, curiosamente redondeadas. Era como si estuviese en el interior de un iglú gigante. Una
ventana, también redonda, se abría a un lado del cuarto. Más allá se veía una clara noche
estrellada y las oscuras copas de los árboles. Pero no era el paisaje que él conocía.
Jack parpadeó, confuso. ¿Dónde diablos se encontraba? ¿Qué estaba pasando?
Se levantó de un salto, apartando unas sábanas extraordinariamente suaves. Buscó el
interruptor de la luz y no lo encontró. Esperó a que sus ojos se habituasen a la oscuridad para
mirar a su alrededor.
No había muchos muebles en aquel cuarto. Una silla y una mesa de extraño diseño, un
armario del mismo estilo y algo que parecía una mezcla entre una estantería y una cómoda. Y
dos puertas.
Una estaba entreabierta, y parecía un armario. Jack abrió la otra, tirando de una manilla
hecha de un curioso metal verdeazulado, y se deslizó hasta el exterior.
Se encontró en un pasillo de techo abovedado, como un túnel, que torcía hacia la
derecha con suavidad, sin esquinas. Estaba iluminado por medio de apliques eléctricos, con
bombillas, perfectamente normales. Jack respiró hondo, mareado. Aquello era una locura.
Avanzó con precaución, procurando no hacer ningún ruido… y entonces topó con
alguien. Jack dio un respingo. Se trataba de un joven moreno, delgado y nervioso. Jack lo había
visto antes…
…En el salón de su casa, sujetándolo, mientras otros dos mantenían un duelo de
espadas.
De golpe lo recordó todo. La carrera hasta la granja, el hombre de la túnica, la lucha
entre su perseguidor y su salvador, aquellos inhumanos ojos azules, sus padres muertos….
Sus padres, muertos.
No había sido un sueño. Todo aquello había sucedido de verdad.
Jack ahogó un grito de rabia y desesperación y, casi sin saber lo que estaba haciendo, se
abalanzó contra aquel joven, furioso, tratando de golpearlo. Lo cogió por sorpresa y ambos
cayeron al suelo. El muchacho exclamó algo en aquella extraña lengua, pero Jack no atendía a
razones. Golpeó con los puños intentando darle a algo, pero de pronto unas manos de hierro lo
agarraron dolorosamente por las muñecas y una voz serena, tranquila y autoritaria dijo algo que,
para variar, él no entendió. Intentó desasirse, pero no lo logró. Sintió que tiraban de él hacia
atrás para separarlo de su oponente. Se resistió; estaba ciego de rabia. Se volvió para ver quién
lo tenía atrapado y vio tras él al joven que había peleado contra el muchacho de los ojos azules
en su propia casa. Sin duda era muy fuerte y tenía brazos de acero; Jack se dio cuenta de que no
le estaba costando ningún trabajo mantenerlo quieto, a pesar de que él se estaba resistiendo con
todas sus fuerzas.
Finalmente Jack, agotado, se rindió. Estaba atrapado.
Se dejó caer, temblando y sollozando sin poder contenerse.
Entonces el muchacho moreno al que acababa de atacar se inclinó junto a él y le dijo
algo. Jack apartó la cara, furioso y angustiado a la vez. Pero vio, a través de las lágrimas, que él
lo miraba fijamente, serio y preocupado. El joven dijo algo más, y esta vez Jack alzó la cabeza.
Sonaba a francés. Pero él no sabía francés. El otro frunció el ceño, pensativo, y entonces probó
otra vez.
En esta ocasión, Jack lo comprendió.
—Eh… sí… hablo inglés —musitó, en la misma lengua; sus propias palabras le
sonaban extrañas. Tragó saliva para aclararse un poco la garganta. Volvió la cabeza para
frotarse la cara contra el brazo y así secarse las lágrimas, porque todavía lo tenían sujeto por las
muñecas y no podía usar las manos.
El otro chico lo miró, pensativo.
—Bien. En realidad, a mí no se me da muy bien el inglés, he tenido poco tiempo para aprender —explicó en un inglés vacilante, con un extraño acento—. Pero creo que nos
entenderemos.
Jack asintió, mohíno. Él hablaba inglés casi tan bien como su lengua materna. No en
vano su padre era británico… pensar en su padre le hizo recordarlo, sentado en el sofá, muerto,
y cerró los ojos para evitar que volvieran a llenársele de lágrimas. Todo aquello no era más que
una pesadilla…
—No es un buen momento para hablar, lo sé —prosiguió el joven—. Solo quiero que
sepas que, pase lo que pase, aquí estarás a salvo.
—¡A salvo! —repitió Jack con amargura—. ¡Después de lo que les habéis hecho a mis
padres…!
—Te hemos salvado la vida —corrigió el otro—. Si hubiésemos llegado a tiempo, tal
vez también habríamos podido salvar a tus padres. Pero ellos se nos adelantaron otra vez.
Había tal gesto de rabia y frustración en su rostro que Jack no pudo menos que creerle.
—Mis padres… —repitió, sin poderse quitar aquella idea de la cabeza.
Trató de recomponer aquel rompecabezas en su mente. Lo que había contemplado en su
casa era la lucha entre dos grupos distintos. Dos personas, el hombre de la túnica y el muchacho
vestido de negro, habían matado a sus padres. Y probablemente lo habrían matado a él también,
de no ser por la intervención de aquellos dos jóvenes con los que estaba hablando, que, de
alguna manera, lo habían sacado de allí. ¿Por qué había pasado todo eso? ¿Quiénes eran ellos?
¿Y qué tenían que ver sus padres con todo aquello?
—¿Por qué? —susurró, desolado—. ¿Por qué a ellos?
Esta vez no pudo evitar que una lágrima resbalase por su mejilla y volvió la cabeza
bruscamente, para que no lo vieran llorar.
El joven lo miró con pena.
—Lo siento, de verdad. Lo único que puedo decirte es que te protegeremos y que
seguiremos luchando por que no haya más muertes.
—¿Más… muertes? —repitió Jack, desorientado.
El otro suspiró.
—Es mejor que no te mezcles en esto. Cuanto menos sepas, más seguro estarás.
Algo se rebeló en el interior de Jack.
—¡No! —gritó—. ¡No, ni hablar, necesito saber qué demonios ha pasado! ¿Me oyes?
¡Y quiero volver a casa! ¿Quiénes sois vosotros? ¿Adónde me habéis traído?
—A un lugar seguro —insistió el otro—. En cuanto a quiénes somos, solo puedo decirte
nuestros nombres: yo soy Shail, y mi amigo es Alsan. No habla inglés —añadió con un suspiro
resignado—, ni francés, ni nada que se le parezca.
Jack se volvió hacia Alsan, que permanecía impasible, junto a él.. Shail se encogió de
hombros y le dijo algo en su propio idioma. Alsan soltó a Jack, que se frotó las muñecas
doloridas, sin entender todavía lo que estaba sucediendo.
—Yo me llamo Jack —murmuró.
Se dejó caer al suelo; no tenía fuerzas para levantarse, de manera que se quedó allí,
sentado en el suelo, hecho un ovillo y con la cabeza gacha, temblando de miedo, de dolor, de
angustia, de rabia, de impotencia… eran tantos los sentimientos que se confundían en su alma
que por un momento creyó hallarse en el corazón de un huracán.
Shail se puso en pie y le tendió una mano para ayudarle a levantarse. Jack alzó la cabeza
y lo miró, todavía muy desorientado. Parpadeó para contener las lágrimas.
—Queremos ayudarte —dijo el muchacho, muy serio.
Jack titubeó, pero finalmente le dio la mano, y se incorporó. Se volvió hacia Alsan,
desconfiado. El rostro del joven seguía pareciendo de piedra, pero en su mirada había simpatía y
conmiseración. Jack vaciló.
—No estás solo —dijo Shail con suavidad.
Jack sintió que todo le daba vueltas. Las piernas le fallaron como si fueran de gelatina.
Apenas sintió los brazos de Alsan sujetándolo para que no cayese al suelo.
Fue vagamente consciente de que lo llevaban hasta una habitación más amplia y lo
hacían sentarse en un sillón. Cuando todo dejó de dar vueltas y pudo mirar a su alrededor, se
encontró en un salón amueblado al mismo estilo que el cuarto en el que había despertado, y aderezado con una serie de elementos que no parecían encajar allí: lámparas, un equipo de
música, un ordenador…